Dedico esta entrada al tan manido colectivo de “los empresarios”, el que más rabia me da, ¡el mismísimo demonio! Pero los empresarios en este país no llevan smoking ni puro, ni beben güisqui.
En España en 2008, según datos del Ministerio de Industria, Turismo y Comercio (y me remonto a esta fecha para no tomar datos desnaturalizados por la crisis en el sector real), la PYME representaba el 99,86% del censo empresarial.
El empresario español no es que no fume puros, sino que lo que intenta es precisamente no fumárselos. Vivir sin fines de semana y en muchos casos sin apenas vacaciones, tener dos y tres tarjetas de crédito para pagar cuando los acreedores no pagan, el jugarte tu dinero para ganarte la vida, crear empleo y, además, pagar los caprichos de todo tipo de chupópteros a los que se les llena la boca con eslóganes baratos es, entre otras cosas, a lo que se enfrentan en España los tan mal valorados emprendedores. Está mal visto ganar dinero y `tirar pa´lante´. Es lo que tiene vivir en un país en el que sólo la envidia supera al fútbol como deporte nacional.
Como he dicho, el tejido empresarial español está compuesto mayoritariamente por PYMES. Este dato por sí mismo es un argumento suficientemente contundente para romper una lanza en favor de los emprendedores, ante a aquellos que quieren demonizarlos. El pequeño empresario es el que realmente lo pasa mal cuando tiene que dar una vuelta de tuerca a los sueldos, echar a alguien a la calle o incluso cerrar. Los sindicatos son los que se reparten los ERES de las grandes empresas.
El porcentaje de PYMES en España es tan alto por tres razones:
La primera es la falta de espíritu emprendedor. La pauta de comportamiento a seguir -con una de las tasas más altas de funcionarios y políticos del mundo- no es, precisamente, la de coger tus ahorrillos y montar una empresa, sino la del chollo de por vida, la poltrona y los cuatro o cinco cafés a lo largo de la mañana.
El segundo motivo es lo poco atractivo que resulta nuestro país a los inversores extranjeros. Sí, al “capital”. Esta apatía está motivada por nuestro mercado de trabajo oxidado y muy poco flexible. En él, son los sindicatos -en representación de una inmensa minoría de trabajadores- los que blindando a los ya que ya tienen empleo e hipotecando a los gobiernos de turno a golpe de chantaje, anquilosan el mercado laboral.
Por último, un país tan rico y con tantas posibilidades como el nuestro termina de espantar al posible inversor, -¡sí, a los que vienen a darnos trabajo!- con 17 reinos de taifas, cada uno con su dialecto, y como no podía ser de otra forma su legislación y mini sistema fiscal.
Las consecuencias que acarrea este déficit de grandes empresas, aparte de generar un vacío enorme en un sector en el que podrían estar trabajando muchos españoles, son muy negativas. Así, otro de los efectos directos de la ausencia de este tipo de empresas es la pérdida de productividad. Son éstas, en colaboración con las universidades y demás centros de formación, las que encabezan el sector de la investigación en la mayor parte de los países, y no (aunque también, no se me enfade algún amigo) los gobiernos ni las universidades de forma individual. Recordemos que ninguna universidad española está entre las 100 mejores del mundo.
En España, dónde a la “I+D” hemos tenido que añadirle una “i” adicional para meter en el coladero de la “innovación” hasta la compra de sistemas informáticos por parte de algunas empresas, no necesitamos muchos más argumentos para ver la falta que nos hacen “los empresarios”.
Querido lector, podrá usted seguir diciendo que la culpa es de los empresarios (si es que es de los que opinan eso), pero si ha llegado hasta aquí y se ha enterado de algo, ahora, al menos, lo hará sabiendo que miente.
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