Son muchos y muy variados los indicadores del desarrollo: desde la altura de la población o la esperanza de vida hasta la velocidad de internet o el precio de la telefonía móvil, pasando por un abanico amplísimo de ejemplos relacionados con todo tipo de temas.
En un país donde el periódico más leído es Marca, -sin que yo tenga nada en contra de Marca-, no podemos pretender cambiar todo de la noche a la mañana. Salir a una plaza como ciervos en berrea está muy bien; es sin duda el primer paso y un toque de atención: ¡Ya está bien! Pero no es suficiente.
El grado de “civilización” de una sociedad se torna, sin embargo, un tanto más difícil de mesurar. Para algunos la elección del primer presidente negro por parte de los Estados Unidos de América es un claro ejemplo de esto; otros lo encuentran en la entereza de la sociedad japonesa ante el terremoto y posterior tsunami que ha azotado su país no hace mucho; y, a tenor de los últimos acontecimientos, más de una voz se ha alzado señalando la acampada de Sol como una lección de civilización por parte de los españoles.
En mi opinión, una sociedad es o está tanto más civilizada cuanto mayor sea el número de instituciones entre el Estado y la persona, es decir, cuanto mejor se organicen sus ciudadanos al margen de papá Estado. A medida que el número de instituciones aumente, consecuencia por supuesto del mayor interés de los ciudadanos por su entorno, menor será y más controlado estará el papel del Estado, pues son los propios ciudadanos, juntos y organizados, los que consiguen llegar donde el individuo por sí solo no alcanza, liberando, así, al Estado de ciertas tareas y al ciudadano de la carga fiscal derivada de éstas.
Las recientes acampadas y protestas llegan tarde. Más de un personaje público al que admiro y respeto ha apoyado fervientemente estas revueltas, señalándolas como ejemplo y animando a la población a "resistir". No comparto su opinión. Extraigo una conclusión positiva de los recientes acontecimientos, pero es sólo el primer paso: no son las formas, ni es el momento y mucho menos el lugar, y por todo lo expuesto en el artículo anterior, pienso también que no sólo son el fruto de una España harta y humillada, sino también de una España desinformada que vive de espaldas a la política y por lo tanto a su país.
“Esta concentración no es política, sino social”, decía alguno. Quizá sea cierto, pero ello no significa que sea bueno. Pedir una vivienda digna o un trabajo es como bailar la danza de la lluvia. El proceso es más lento que eso; una carrera de fondo.
En un país donde el periódico más leído es Marca, -sin que yo tenga nada en contra de Marca-, no podemos pretender cambiar todo de la noche a la mañana. Salir a una plaza como ciervos en berrea está muy bien; es sin duda el primer paso y un toque de atención: ¡Ya está bien! Pero no es suficiente.
Se ha despertado un país absolutamente dormido y sin el menor interés por la política, y ha pasado del todo a la nada en apenas tres días. Señores, llevamos ocho años hundiéndonos lenta y progresivamente, si es que alguna vez conseguimos reflotar, y aquí nadie ha dicho esta boca es mía.
Debemos tener a nuestros políticos en jaque todo el año. Espero que esta sea la semillita que haga crecer el interés de España por sí misma. De no ser así, habrá quedado todo en agua de borrajas.